
El temor se basaba en el posible exceso de confianza, en dejarse mecer porque la ida resultó extraordinaria y eso lleva directamente, en algunos casos al suicidio. Así pues, todos los focos de atención en el inicio se posaron en las caras de los protagonistas del San Roque.
Hubo quien buscó ceños fruncidos y hubo quien indagó en las entrañas, en la transmisión de las sensaciones, en la respiración, buscando un gesto de tranquilidad porque no era cuestión de estropear la faena, que tras el partido en Villanueva se había quedado a expensas de la espada.
El primer mensaje llegó desde el banquillo. Ceballos volvía a confiar en el trivote en la medular, con Nando y Alex por detrás de Vicente. Entendemos que la apuesta en esta ocasión era acertada porque en el control total del escaparate estaba la clave. Y como se esperaba, el Villanovense, moribundo allí por los tajos a su yugular por parte del San Roque, compareció desnudo y atrevido, queriendo meter el miedo en el cuerpo del conjunto aurinegro. Por eso, la iniciativa correspondió en los compases iniciales a los extremeños, que fueron de banda a banda buscando un resquicio por el que colarse. Pero no lo encontró, entre otras cosas porque la concentración local era simplemente perfecta. Ahí comenzó a verse la inteligencia en la lectura por parte del San Roque al mismo tiempo que crecí la impotencia visitante.
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